11.01.2010

Reflexiones de un Ciego-Tozudo.-29.-

Recuerdos de Zaragoza. Siglo XX.

Texto integro de la Gran Enciclopedia de Aragon.
Plata, café-bar.

Ubicado en la calle Cuatro de Agosto, 23, de Zaragoza. En pleno corazón del «Tubo» zaragozano. Allí está el que, al decir de todos, fue el último café-cantante de España.

Antes de ser «Plata» fue «La Conga», el más acreditado de los baile-taxis de la Zaragoza pillina de nuestros felices abuelos. Allí hacían punto las tanguistas más bailongas de la ciudad. Actuaban a veinticinco céntimos la pieza, de cuyo peculio quince céntimos eran para ellas y diez para la casa. Y luego estaban las fichas de consumición y el descorche.

Pero como se comprenderá, todo aquello del baile-taxi se fue al traste a partir de 1936. Y fue al comienzo de los 40 cuando comenzó a funcionar «El Plata» con gran éxito de público.

Tres eran las funciones diarias. La primera, denominada sandungueramente como «la de la boina», daba comienzo a las dos y media de la tarde. Lo «de la boina» va referido al público de la provincia, que no quería perderse, de coche a coche, la ocasión de ver lo que le enseñaban después de adquirir el último apero o de haber acudido al médico. Disponía la sesión de tarde de una clientela fluctuante y fija. La sesión de noche era la más «musijolera» de las tres. Empieza a las diez y media y el ambiente era alegre y variopinto porque así lo «fabricaban» las artistas actuantes, algunas de las cuales permanecían en cartel durante larguísimas temporadas, como es el caso de «la reina de la casa», Mari de Lis.


Por este minúsculo escenario con cuatro músicos detrás, desfilaron Encarnita Montoya, Luchi Pardo, Isabelita Conde, Luisita Teruel, Mayte, la de los «Besos de celofán», una gran vocalista que terminó en gran vedette y se casó con un americano. Y las hermanas Siboney y Esparza. Y las Castillo. Y «el negro Tonson»…

La lista sería inacabable. Las primeras venían a cobrar de 15 a 25 duros diarios, siendo la consumición, en los años de apertura, de una peseta en barra y 1,35 sentado.

Como nota curiosa debe apuntarse que algunos «jóvenes» parroquianos durante cuarenta años, sólo faltaron a su cita con el «Plata» por enfermedad o entierro.

El Plata se cierra el 3 de mayo de 1992. La noche de la despedida actuaron Mary de Lis, Marga Castillo, Mónica, Celia, Christa, Ana Grey y Conchita Lucero. Se cierra con la intención de abrirlo a los cuatro meses, pero siguió cerrado durante mucho tiempo por diversos avatares.

El local es adquirido por la sociedad Aramersa, muy interesada en mantener el local según había quedado tras cerrarse. En mayo de 1995, la Sociedad Municipal de la Vivienda vende a Aramersa un terreno situado en la calle Estébanes, con la intención de ampliar el espacio.

Si bien el primer proyecto fue encargado al arquitecto Javier Ruiz Tapiador, será el arquitecto José Manuel Pérez Latorre quien, en definitiva, comience las tareas de rehabilitación, que se inician, tras seis años de permanecer cerrado, a finales de julio de 1998, según una primera intención, para comenzar en noviembre.


El que fuera el último café cantante volvió a abrir sus puertas en 2008 tras 16 años de silencio. En esta nueva etapa la programación de actuaciones está adaptada a los tiempos, pero manteniendo sus raíces. La dirección artística corre a cargo de Bigas Luna.



ANEXO.- ARTICULO PUBLICADO EN INTERVIU. 20/04/2010.



- CABARET “PATA NEGRA”.- “El Plata de Zaragoza.”
De www.interviu.es

Bienvenidos al cabaret del siglo XXI. Sensualidad y surrealismo en el escenario, donde pueden juntarse un jotero, tres bailarines vestidos de escoceses ‘picantes’ y una estríper que se embadurna de leche con dos porrones. Jubilados, matrimonios o grupos de jóvenes fiesteros… Nadie escapa al embrujo de el plata, en Zaragoza, el último café-cantante. Sus puertas se abren de nuevo.

En los buenos tiempos de El Plata, cuando era el único café-cantante que sobrevivía en España, se decía que algunos clientes solo faltaban “por enfermedad o entierro”. Hoy la historia podría repetirse.

El telón de terciopelo del mítico local de Zaragoza vuelve a descubrir sus secretos tras 16 años cerrado. Aunque el ambiente de lentejuelas y luz rojiza se mantiene intacto, la concurrencia ha cambiado.

El público de entonces, mayoritariamente masculino, se nutría de militares, parroquianos y habitantes de los pueblos de la zona deseosos de ver, y hasta tocar si había suerte, un poco de carne.

A veces se dejaba caer algún actor, un torero de paso e incluso el Rey, dicen, acudía de cuando en cuando. En las mesas de ahora, flanqueadas por idénticas columnas con espejitos, se agolpan grupos de jóvenes, matrimonios de todas las edades, amigos y amigas en despedidas de solteros y curiosos de toda España.

El último de los cafés-cantante del país se ha transformado en un original “cabaret ibérico”, como lo ha bautizado su director artístico, el cineasta Bigas Luna. Y es único en su especie.

“El de antes era un espectáculo picante, pero lo más que se llegaba a ver era algún pecho de vez en cuando”, recuerda Josefina Anchía, que fue pianista del local a principios de los 50.
Ahora, a sus 79 años, es la primera en llegar a la puerta de El Plata para hacerse con la mejor mesa. No ha faltado un solo día desde que se reabrió, en junio de 2008.

Cada tarde, Joaquina pierde la mirada en el escenario, apurando su café con leche, y viaja en el tiempo.
Antes siquiera de llamarse El Plata, allá por los años 20, ya se ganó cierta fama de local libertino con su fórmula de baile-taxi, una sala de fiestas en la que los asistentes pagaban 25 céntimos por bailar con una de las 40 chicas que allí trabajaban.

Durante la dictadura de Primo de Rivera fue cerrado “por inmoral”, pero pronto reabrió como café-cantante. Así permaneció hasta principios de los 90, esquivando la censura, burlando el recato y acogiendo, con el tiempo, los primeros destapes.

“Pasaron por aquí artistas muy buenos –recuerda Marga Castillo, una de las estrellas de su época dorada– pero en los últimos años estaba muy decaído”.

En 1992, Marga y su compañera, Mary de Lis, se subieron por última vez –o eso creían ellas– al escenario. “Lo recuerdo con mucha pena”, relata la vedet, reconvertida en ama de casa.

Nunca pensó que volvería a entonar los mismos acordes poco antes de cumplir los 60. El Plata no había escrito aún su último episodio.

Entusiasmo en la reapertura.

De forma “casi milagrosa” a la dueña del local, una farmacéutica catalana que lo había adquirido por una mezcla de nostalgia y diversión, se le ocurrió juntar los talentos del cineasta Bigas Luna, el arquitecto Pérez Latorre y el pintor Pepe Cerdá para, década y media después, salvarlo del olvido. “El público se ha volcado totalmente –cuenta la farmacéutica, Joaquina Laguna–.
Cuando se reabrió, hasta me paraban por la calle. Un taxista que me reconoció no me quiso ni cobrar el viaje. La gente estaba entusiasmada”.

Tras las puertas de El Plata, en esa oscuridad tentadora donde lo inesperado es la norma, brillan hoy los mismos espejos de entonces y hasta en el zócalo de mármol quedan manchas de nicotina de la época. “Lo que tenía El Plata era mucha mugre –cuenta Laguna–, algo de eso es lo que hemos intentado mantener”.

A la función también se le ha dado el punto justo de brillo, manteniendo un poco del sabor de antaño. El decoro de las vedets de la época ha dado paso a un show erótico-artístico con tantos chicos como chicas en escena.

Pero también hay sitio, en las fechas señaladas, para las grandes estrellas de entonces: Marga Castillo y Mary de Lis han vuelto a cantar en su sala. Lucen con gracia sus encantos y el público las adora.

“Hasta por internet nos piden que vayamos más a menudo”, cuentan con orgullo. Todo es posible en este escenario de decorado tropical, en el que la temperatura sube por momentos.

Los presentes no se escandalizan por nada. Ni la veterana pianista Josefina, espectadora incansable, que sonríe desde su mesa a pie de pista: “Yo he visto ya tantas cosas…”, suelta.

Y pide silencio. Va a empezar el espectáculo.
Suena una bandurria y se arranca a cantar Julio Bellido, galardonado jotero que luce rastas. Nadie dijo que esto fuese un café-cantante al uso.

Dos bailarines medio desnudos con las manos en jarras arrancan las primeras carcajadas. En El Plata el humor se pasea con naturalidad entre los cuerpos desnudos, con el más puro surrealismo de Bigas Luna.
Esta noche presenta Carla Torbellino, que, antes de ocultarse bajo capas y capas de maquillaje y encajarse en un traje de volantes, es Juan Carlos Arcusa, de 38 años.

El transformista se mete en la piel de una coplera –“con un toque de Concha Piquer”– y con una sentida Y sin embargo te quiero implora el amor del espectacular Billy Joel, que la escucha completamente desnudo encaramado a la barra del bar.

“Es la historia de un amor imposible”, explica el bailarín Joel Eduardo en los camerinos. A este venezolano, pareja de otra de las artistas del local, con la que tiene un hijo de un año, el espectáculo le ha hecho famoso casi sin darse cuenta.

“La gente empezó a hacerme gestos por la calle. Ahora, hasta cuando voy al médico me reconocen las enfermeras”, admite con sonrisa pícara. Y es que uno de sus números se ha convertido en la insignia del local.

Basta que suene la canción –siempre la misma– que precede a la salida de tres estríperes vestidos con faldas escocesas, para que las espectadoras que abarrotan la sala salten de sus asientos batiendo palmas y desgañitándose.
Ellas se desmadran más

“Las mujeres son las que más gritan y las que mejor se lo pasan”, cuenta una de las regidoras. El público femenino ha tomado El Plata.

A primera hora de la tarde llegan las más mayores, a menudo en excursiones para los jubilados organizadas desde los pueblos cercanos. Cuando se apagan las luces, ellas se sueltan la melena.

Ahí está Antonia, de 79 años, sentada con su pareja, José –“nos conocimos hace cinco años pero no nos hemos casado”, aclaran–. Y, entre los dos, comentan el espectáculo intercalando vítores durante la hora y media que dura. Les gustan, sobre todo, las jotas y Fátima Fahima, una bailarina que agita su vientre en toples con un sable en la cabeza.

Buen ejemplo del mestizaje del lugar.

A medida que avanza la noche, la media de edad baja y los gustos cambian. Ellos se sonrojan con agrado cuando Lady Plata les da de beber chupitos sujetos a su bikini. Y ellas, no cabe duda por los gritos, se desmadran cuando los escoceses se levantan sus faldas de cuadros.

Nadie queda indiferente ante el espectáculo, que se repite, con algunos cambios, tres veces al día y se renueva al cabo de unos cuantos meses. Y es que este cabaret no lleva el apellido de “ibérico” en balde.

Desde un bailarín desnudo haciendo acrobacias en patines a una vedet bien entrada en carnes –trabajadora del Inem cuando no está actuando– que es seducida sucesivamente por un fontanero, un butanero y un camionero.

Ni los momentos más subidos de tono de las estríperes pierden su toque kitsch. Ahí está Lady Plata bailando en toples mientras vierte leche de dos porrones sobre su cuerpo. O dos exuberantes chicas que, después de besarse, alzan sendos jamones al aire y los agitan como colofón a su número. Pata negra del bueno.

“Hemos creado el cabaret ibérico, una fórmula muy nuestra, con toques surrealistas.

Tiene algo entrañable, popular, atrevido y muy sensual”, explica el ideólogo del espectáculo, Bigas Luna, siempre en primera línea durante las pruebas y los ensayos de los nuevos espectáculos.

Se acerca la hora de la despedida. Entre bambalinas, los artistas se preparan para salir a saludar. Se respira buen rollo, camaradería y pocos complejos. Luego cenarán juntos, esperando a la siguiente función, en las mesas del local.
Pero antes las bailarinas seleccionan a tres espontáneos y les convencen para que suban con ellas al escenario. El Plata genera su influjo y los chicos se animan a quitarse la camiseta.

El público los recibe con idéntico entusiasmo que a los artistas.

Suenan los primeros acordes de New York, New York, que anuncian, ahora sí, el final del show. Se encienden las luces.
La multitud sale a la calle, en busca, quizá, de uno de los bares de tapas que abundan en la zona, el llamado Tubo zaragozano. Nada dura para siempre, piensan algunos.

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